España morirá de un ataque de sosiego
Artículo de José Javier Esparza, publicado en El Semanal Digital el 3 de enero.
España morirá de un ataque de sosiego
Es llamativo que tanta gente hable hoy de "sosiego", desde el Rey hasta ciertos periodistas de la derecha blandita, pasando por el portavoz del Gobierno. Tenemos que sosegarnos –dicen-, relajar la tensión. Quizá tengan razón: a partir de ciertas edades, un exceso de tensión puede jugar malas pasadas. Bien es verdad que el saludable consejo suena a chirigota provocadora cuando el consejero es, por ejemplo, el vocero de un Gobierno especializado en crear conflictos donde no los había. Hay, por supuesto, casos peores. Por ejemplo, cuando el que propone sosiego es el mismo que debería estar blandiendo la maza para defender a los ofendidos. Tampoco falta el que aconseja calma a sabiendas de que otros actuarán por él –es el mismo tipo de hombre que, cuando la tempestad amaine, exhibirá su pasividad como muestra de pacífica trayectoria. Son figuras que aparecen siempre en los momentos de crisis. Nada nuevo bajo el sol.
¿Es el sosiego una virtud?
Según y cómo. En la doctrina marcial –y ello en todas las latitudes- goza de gran prestigio la imagen del soldado impasible que, parapetado, dispara acompasadamente sobre la avalancha enemiga. Esta imagen es gemela del samurai que blande su espada con gesto de calma imperturbable. La quietud es hermosa cuando anida en el interior. Por el contrario, puede ser letal si describe una actitud exterior, como la del tipo que se queda paralizado cuando surge una amenaza. Entre la sangre fría y la parálisis hay una diferencia decisiva: la voluntad de actuar, de responder. Toda la cuestión se reduce, pues, a descubrir qué hay detrás de un gesto de sosiego: la determinación de una respuesta o la duda del pavor.
Es posible que España, hoy, necesite sosiego. Pero no parece que sea ésta nuestra necesidad principal. "Sosiego", "sosegar", viene del latín sessicare, derivado de sessum, que significa sentado. El sosiego es estar sentado. Pero a veces es preciso levantarse (y andar). La figura del "hombre en pie" es un tópico añejo de la literatura europea: refleja el carácter necesariamente activo de la condición humana. Lo contrario del hombre en pie no es el hombre sentado; es el hombre de rodillas. Por supuesto, estar sosegado no significa estar de rodillas. Pero a veces es difícil percibir la diferencia.
Valga lo dicho para el sosiego en la vida. Cosa distinta es el sosiego en la muerte. Hace algunos años, cuando los viejos morían en casa, todos podíamos asistir a esa gran lección, terrible, de la existencia. Un día, el abuelo no se levanta de la cama: está bien, está tranquilo, pero no se quiere mover. Pocos días después, deja de hablar: sigue tranquilo, pero ya ausente. Al final, muere; tranquilo, en sosiego. Para una persona, si el trance dura poco, puede ser una muerte envidiable. Quizá, quién sabe, también para un país lo sea.
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