Radiografía de un Gobierno en caída libre
Publicado hoy en La Razón
Esther L. Palomera
Madrid- Moratinos hace gestiones, y Bono se cuelga la medalla; Jordi Sevilla hace, desde la trastienda, de muro de contención del tripartito, y Bono se erige en altavoz contra los nacionalismos; Alonso hace el papel de malo en el proceloso caso de los vuelos de la CIA, y Bono saca pecho en favor de los EE.UU... Bono, siempre José Bono, el ministro más polémico del Ejecutivo no se pierde una de las refriegas «monclovitas». Él, que desertó del «guerrismo», jamás atendió aquella admonición del otrora poderoso ex vicepresidente del Gobierno de que «el que se mueva no sale en la foto». Lo suyo es el movimiento, el contoneo, el trajín y, además, sale en todas las fotos. Pese a todo ello, se lleva gran parte de los escasos parabienes que suscita a estas alturas el Ejecutivo. El ministro de Defensa despierta tantas pasiones como animadversiones entre propios y extraños. Y esa, dicen, es la clave de su ¿éxito? Presume de ser católico, gran conocedor de la Biblia y, quizá, por eso siempre está a la caza del santo grial del centro. No le ha ido mal. Es el ministro mejor valorado del Ejecutivo, según ya todas las encuestas.
Eso sí, sólo en los sondeos. Dentro, en su «casa» política, en el PSOE y en Moncloa no piensan lo mismo. Será cosa de las diferencias que separan a un «cristiano» de un «ateo». Así se autodenomina Zapatero. Y el presidente, que para eso lo es, abomina el «modelo Bono», y prefiere compañeros de viaje que no se prodiguen en la prensa. «Los ministros no están para ser conocidos, están para cumplir el programa electoral. Con eso basta», le espetó en la última reunión de la Ejecutiva a un miembro de la dirección que osó cuestionar el bajo perfil mediático de los ministros.
A diferencia de otros, el presidente no cree que el desgaste y la caída en picado del Gobierno tengan que ver con la política informativa, ni con el perfil de los ministros, ni con la agenda política. Todo es culpa de las interferencias que han provocado las voces discordantes, y más en el partido que en el Gobierno. Cuando habla de partido no se refiere al «núcleo duro» de la dirección, porque con éste -con Blanco a la cabeza- sí hay coordinación. Tampoco al grueso de la Ejecutiva porque desde el día que se eligió ni está ni se le espera. Sus reproches son para los barones; para los ex; para los que un día mandaron mucho y hoy no mandan; para algunos diputados en retirada y a los que alguien un día agrupó, con escasa diplomacia, en la «generación
prostática».
Vaya, que en pleno proceso autocrítico por la política informativa de un Gobierno que, salvo honrosas excepciones, no llega al aprobado, a Zapatero le gustaría que los titulares de cartera no se exhibieran. ¿Se equivoca? Hay quien mantiene que la mutabilidad en el trato con la prensa del titular de Defensa y la constante difusión de su trabajo explican su preeminencia en el «ranking» de valoración. Claro que Bono carece de emuladores en la mesa del Consejo. Unos tienen miedo al exceso, y optan por la carátula de la cautela.
Otros, escarmentados de los erráticos comienzos, huyen de la «canalla» como de la peste. Los hay que no les queda más remedio. Es el caso de la vicepresidenta primera que, al menos una vez cada siete días, está obligada a hacer de megáfono del Gobierno. En las últimas semanas cuenta con la ayuda del secretario de Estado, Fernando Moraleda que, a diferencia de su predecesor en el cargo, no tiene alergia a los micrófonos y, además, se ha propuesto poner un poco de orden en la algarabía informativa de este Gobierno. Pero que desesperen los críticos: el presidente ya ha dicho que no hay cambios previstos en el horizonte cercano. Ya puede ser mala la nota media, manifiestos algunos errores y estruendosos otros equívicos, que los 16 titulares de cartera se comen el turrón de este año y las torrijas del próximo.
Ésta es su radiografía, acompañada de los datos del CIS y de la encuesta realizada por Iberconsulta para LA RAZÓN entre los días 3 y 16 de noviembre.
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