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jueves, junio 01, 2006

La caballería y las picas

Reproduzco a continuación un magnífico artículo publicado hace ya bastante tiempo por Óscar Molina en Asturias Liberal, y que atesoro entre mis favoritos.

Cuando lo leí por primera vez, me ayudó a comprender aquella frase de Jean-Jacques Rousseau: "la paciencia es amarga, pero sus frutos son dulces".

En estos tiempos, además de amargura, la paciencia puede provocar pavor al ver como el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero y sus socios nazionalistas cargan contra España. Pero si sabemos mantener el temple, no lograrán destruirla. De nosotros depende.

Por eso creo que es necesario leerlo y releerlo cada vez que el desánimo se apodere de nosotros.


LA CABALLERÍA Y LAS PICAS

Se dice que una de las vivencias más pavorosas que podían experimentarse era una carga de la Caballería Pesada, reina indiscutible del campo de batalla hasta allá por los primeros 1500s. Al parecer, esas moles de caballos de guerra, formidables y adiestrados para entrar a saco y hasta pisotear, con jinetes que manejaban enormes espadones con destreza letal y guarnecidos por armaduras impenetrables, creaban un caos de sangre y muerte a su paso cuyo solo preludio hacía temblar al más pintado. Hubo quien los combatió de alguna manera (insuficiente pero algo era algo) con una lluvia de flechas durante la carga. El arco largo inglés fue innovador en este aspecto, pero no llegó a frenar el ímpetu de estas unidades de élite, que tuvieron en el Ejército Francés a su más consumado especialista.

No fue hasta entrado el siglo XVI cuando la Caballería Pesada encontró la horma de su zapato en las tropas españolas mandadas por Don Gonzalo Fernández de Córdoba, "El Gran Capitán". El padre de los Tercios Españoles ideo un sistema de defensa basado en formaciones de piqueros, que se disponían en cuadros con las picas escalonadas. Picas de hasta 5 metros de largo, hechas de fresno, flexibles y prácticamente irrompibles, coronadas por puntas de acero, que preparaban a la caballería para estrellarse en un erizo que hacía de sus líneas lo mismo que una plancha ardiendo en un trozo de mantequilla. Cuentan que, a pesar de todo, el buen hacer de este sistema defensivo no era del todo sencillo. Había que tener mucho temple para aguantar rodilla en tierra viendo como se te venían encima gigantescas figuras a galope tendido, y con las de Caín; el secreto residía en que nadie, absolutamente nadie perdiera su lugar en la formación, ni dejase un hueco; pues una formación dispersada o con agujeros era presa segura de los jinetes, que se encontraban entonces con un montón de indefensos infantes sin otro arma que la nada maniobrable pica, inútil tanto sin el concurso de sus compañeras como sin su ubicación en el cuadro. Pero si nadie rompía filas, si nadie se dejaba llevar por el miedo, la caballería pesada estaba sentenciada. Se trataba de que todo el mundo fuese consciente de que el inmediato alivio de apartarse de la carga era desahogo momentáneo, pues la muerte andaba más cerca del que deshacía la formación que del que aguantaba la embestida, aunque los sentidos pudiesen decirnos lo contrario.


Estas picas, signo distintivo de los Tercios de Flandes, y luego adoptadas por los alabarderos del resto de ejércitos, son las que vemos en el famoso cuadro de Velázquez, “La Rendición de Breda”, más conocido como “Las Lanzas”; y son a las que se refiere la afamada expresión de “poner una pica en Flandes”.

El rey francés Francisco I, en la batalla de Pavía, quiso acabar por la vía rápida; ordenó nada más abiertas las hostilidades una carga de su hasta entonces invicta, orgullosa, y depositaria de "Grandeur Indomable" Caballería Pesada. Los piqueros al mando del Maestre Don Antonio de Leyva formaron, aprestaron las picas, y como un solo hombre aguantaron estoicamente la impetuosa acometida de toneladas de hierro y musculosa materia relinchante sin perder el sitio. Dicen los cronistas que la cara del francés al ver el resultado era todo un poema. Su flamante unidad de élite, su arma decisoria, su valor añadido, había quedado convertido en un montón de despojos que estaba siendo cómodamente rematado en el suelo por nutrido fuego de fusilería. Total, porque un puñado de españoles, un montón de valientes con una sola idea, con una estrategia irrenunciable, con pocas cosas claras pero innegociables había decidido mantener su sitio, y esperar a ver cuánto de terrible podía llegar de verdad a ser la fuerza bruta contra la fe.


Yo, tengo la sensación de que hay una nube en el horizonte de España que se acerca por momentos, y recuerda mucho a una terrible acometida de Caballería. No cabe duda de que es el asalto que nos trae la destrucción de nuestro régimen político, la decapitación de nuestros consensos y el pisoteo de España misma como nación. Y lo peor, es que no veo a los alabarderos formando el cuadro.


Es, en cierto modo, lógico. Lógico si tenemos en cuenta que el Maestre de Campo que tenemos ha dimitido de toda estrategia defensiva, y pasea de un lado a otro del escenario de batalla sonriendo, dando palmadas en la espalda a la tropa, y regalando su falsario talante hasta a los que vienen cabalgando. Es más, no nos engañemos, el Maestre es Maestre porque quienes le han dado tal honor son los mismos que avanzan hacia nosotros, a lomos de bestias ciegas y entrenadas para arrasarnos.


Pero no es menos cierto que el poder del Maestre no es omnímodo, y si a algo teme este virtuoso de la rendición preventiva es a no ser popular entre su tropa. Así que la cosa es sencilla. Hay que hacer ver al Oficial que queremos defendernos, que no vamos a dejar que la caballería nos pase por encima, y que estamos dispuestos a pagar el precio que haga falta por mantener la plaza; una ciudadela que no es otra que la de nuestra convivencia, nuestro bienestar, y nuestra prosperidad. Una fortaleza que nosotros mismos elegimos, y que ahora él está dispuesto a entregar con tal de seguir teniendo el mando. Tenemos las picas, nuestras armas. Son flexibles, porque se hicieron del fresno de la Libertad, el Consenso y el Perdón, materiales que el Maestre está dejando pudrir. Y son firmes, porque tienen ya un pasado de 30 años de batallas victoriosas contra la intolerancia, la insolidaridad y los desafíos de los ventajistas. Se trata de utilizarlas, de tener voluntad de formar el cuadro, y recibir a la Caballería con ellas. Con serenidad, pero también con firmeza inequívoca.


Y lo que me pregunto, es si hay una voluntad colectiva de usarlas. Ya no lo sé.


El Ejército de Flandes se amotinó muy a menudo. Mayormente por temas de pagas pero no siempre por esa razón. En aquellos episodios, los soldados españoles seguían combatiendo, si ello era necesario, y aparcaban sus reivindicaciones para después del combate. Era una cuestión previa, algo que tocaba a su insobornable honor. Sólo las unidades mercenarias: valones, italianos, austriacos…dejaban las armas hasta ver satisfechas sus deudas. Mucho me parece que los españoles somos cada vez más mercenarios; no creo que vaya a haber una asonada que obligue al Maestre a cambiar su juego ignominioso si no nos tocan el bolsillo. Nos convertimos a pasos agigantados en un batallón desordenado que empieza a preferir no plantar cara a los problemas, que formula de forma tácita y expresa su deseo de que le dejen en Paz a casi cualquier precio. Bien lo sabían los que pusieron las bombas en el campamento civil. Parecemos ignorantes de que apartarnos de la carga de la Caballería puede traernos un desahogo sólo aparente; somos tan ilusos que nos creemos que pasarán de largo, pero no lo harán, porque vienen a por la plaza. Y la misma determinación de la que hacen gala los jinetes, es la que nos empieza a faltar. Parece que andamos más pendientes del permiso de verano que se acerca, y cómo gastar la soldada durante él, que de lo que nos viene encima. A lo mejor, cuando nos hayan echado, empezaremos a no encontrar nada en el bolsillo, porque lo creamos o no ambas cosas están íntimamente unidas.


Si estoy en lo cierto, mal asunto. Si no, si estoy equivocado, estamos tardando en formar.




Pues ya va siendo hora de tomar nuestros lugares...

3 Comments:

At 01 junio, 2006 21:18, Anonymous Anónimo said...

parece que alguna vez el pueblo español tuvo grandeza y cojones.

 
At 02 junio, 2006 15:44, Anonymous Anónimo said...

muy buen artículo.

 
At 25 junio, 2007 13:36, Anonymous Anónimo said...

Lo de las picas es un recuerdo muy oportuno.
*
Seguramente, los soldados de los tercios de Flandes, tenían el convencimiento de que sus capitanes estaban dispuestos a quedar tendidos, en el campo de batalla, junto a ellos, antes que romper el escudo.
*
No se si tendrían hoy el mismo valor viendo como muchos de sus capitanes flirtean con el enemigo.

 

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