Mamá, quiero ser antifranquista
Excelente artículo de Pablo Molina, publicado en Libertad Digital.
Mamá, quiero ser antifranquista
Pablo Molina
Dice la Vicepresidenta del Congreso de los Diputados, que recuerda perfectamente cómo el día en que murió Franco, en su casa se brindó con cava. Ella se sumaría a la fiesta con dos cucharadas extra de pelargón, pues por entonces contaba con cuatro años, edad en la que los actuales dirigentes del socialismo español ya tienen forjada una sólida conciencia política, fruto sin duda de abundantes lecturas sobre dialéctica marxista.
En cambio yo, que el 20 de noviembre de 1975 contaba ocho años (el doble que doña Carme), por más que lo intento no consigo evocar ninguna acción subversiva. Al contrario, lo único que recuerdo es que, al anunciarse el cierre de los colegios por tres días, algunos corríamos por las calles gritando “¡Viva Franco!”, y además, he de confesarlo, sin que ningún sicario del régimen nos obligara a esta pintoresca exteriorización de fervor franquista; era sólo una expresión de alegría por esas esas minivacaciones inesperadas… o eso creo.
Lo más sorprendente de la terrible lucha por la libertad y la democracia sostenida por los que hoy se declaran “antifranquistas de toda la vida”, es el sigilo con que llevaban a cabo esta furiosa acción subversiva. Su habilidad para el camuflaje era tal, que durante décadas consiguieron hacerse pasar por respetables franquistas sin levantar la menor sospecha. La televisión franquista, la prensa del movimiento, la radio, incluso el cine, hoy lo sabemos gracias a su testimonio, estaban absolutamente infiltrados por esta legión audaz de luchadores, cuya incansable labor de zapa “desde dentro” hubiera hecho implosionar el régimen de forma irremediable, si Franco no hubiera estirado la pata tan pronto (hasta en eso fue cruel el dictador).
Hay multitud de ejemplos que entonces no eran bien entendidos, pero que vistos a través del relato que hoy hacen sus protagonistas lo demuestran de forma incontestable. Vean si no el caso de Concha Velasco, socialista de toda la vida, que en los sesenta protagonizaba arriesgadísimas películas como la legendaria “Pero ¿En qué país vivimos”? (el título ya lo dice todo), dirigida por Sáenz de Heredia, conocido bolchevique, que según el rumor, oculta abundantes mensajes revolucionarios, sólo accesibles en la edición de vídeo si la cinta se escucha al revés.
Es conmovedor saber que mientras el régimen fascista oprimía a un pueblo entero, un tropel de luchadores comprometidos (algunos con chupete) defendía la democracia y la libertad, venciendo el asco que les producía el tener que fingir que disfrutaban compartiendo los oropeles del poder, el dinero, el lujo y la fama.
Y mientras, yo, merendando pan con pringue y viendo Los Chiripitifláuticos. Qué vergüenza.
Pablo Molina es miembro del Instituto Juan de Mariana
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