El número dos y el grano en el culo

Reproducimos a continuación un interesante artículo de Juan Carlos Escudier para El Confidencial.

En él enuncia una de las claves de que a Rodríguez Zapatero se le vayan dando las cosas. "Como sea", pero las va haciendo ante la sorpresa y falta de reacción de la oposición.

El número dos y el grano en el culo

Si algo ha beneficiado a Zapatero desde antes de ser elegido secretario general del PSOE es que sus adversarios jamás le han tomado en serio. Tal ha sido el menosprecio, que no ha habido decisión suya que no haya sido interpretada por sus críticos dentro del binomio es bobo/tiene suerte. Dos años después de llegar a la Moncloa habrá que convenir que este hombre es menos tonto de lo que se presumía y tiene una suerte loca o, en su defecto, atribuirle cierta inteligencia política, cuya última manifestación ha sido la crisis de Gobierno resuelta este viernes.

A esta alturas pocos serán los que consideren que la dimisión de Bono como ministro de Defensa crea un problema a Zapatero, por mucho que se establezca una relación directa entre su marcha y la aprobación definitiva del Estatuto de Cataluña o el inicio de la negociación con ETA. Más bien al contrario, su salida del Ejecutivo es directamente proporcional al alivio que produce la desaparición de un grano en el trasero que no necesita ser extirpado. No existen precedentes de un ministro al que se le haya consentido tanto, ya fuera por sus críticas permanentes o por sus febriles enfrentamientos con otros miembros del Gabinete. Ningún puente de plata estuvo más justificado que éste.

Haciendo historia, podría decirse que el primer acierto de Zapatero fue hacerle cruzar el Tajo y sentarle a su lado en el Consejo de Ministros. Y ello por una razón fácilmente comprensible: a un ministro se le destituye con la misma facilidad que se le nombra. No es difícil imaginar cuál hubiera sido la actitud de Bono de haber permanecido al frente de Castilla-La Mancha y los problemas que esta situación hubiera generado. La jugada sería maestra si, además, alguna de las especulaciones de las últimas semanas no fueran infundadas. Convertir a Bono en candidato a la alcaldía de Madrid hubiera sido tanto como rescribir el cuento de la lechera para que tenga un final feliz: Bono se presenta, gana a Gallardón y cercena de paso sus aspiraciones de suceder a Rajoy cuando éste se vea obligado a renunciar tras perder las generales con Zapatero. La historia tenía sentido hasta que Bono se encargó de romper el cántaro a pedradas.

Con todo, la decisión que más lecturas ofrece es la llegada al Gobierno de Alfredo Pérez Rubalcaba al frente del Ministerio del Interior. Es obvio que con esta decisión Zapatero deja la negociación con ETA en manos de quien ya se había encargado de establecer los primeros contactos con Batasuna en el País Vasco. Privado del don de la omnipresencia, Rubalcaba no hubiera podido compatibilizar por más tiempo esta tarea con su condición de portavoz parlamentario.

Su designación tiene una enorme importancia dentro de PSOE porque muestra a las claras quién es el verdadero número dos de la organización, algo a lo que Zapatero siempre se había resistido. Resultaba evidente que esa función no la cumplían ninguno de los vicepresidentes, y que se había establecido una competencia absurda entre el propio Rubalcaba y el secretario de Organización del PSOE, José Blanco, por mostrar al mundo quién era la mano derecha del líder. El ya ministro ha sacado muchas castañas del fuego con el Estatuto y se dispone a pilotar un proceso que tendrá una importancia decisiva en la cita electoral de 2008. Salvando todas las distancias, Zapatero no ha tenido más remedio que elegir a su Alfonso Guerra.

El alejamiento de Rubalcaba del Congreso de los Diputados permite deducir un tercer elemento: el Gobierno no atisba peligro alguno en el Parlamento, por mucho que una hipotética quiebra de sus actuales alianzas pudiera convertirse en un contratiempo. De hecho, el campo de juego se ha visto notablemente ampliado con la favorable disposición de CiU y PNV a colaborar con el Ejecutivo en la segunda mitad de la legislatura. Las maniobras orquestales en la oscuridad de Don Alfredo ya no son, por tanto, necesarias.

Lo que es seguro es que el relevo en Interior no habrá molestado a José Antonio Alonso, a quien se coloca en Defensa en sustitución de Bono. En puridad, un juez como Alonso no era la persona más indicada para dirigir las negociaciones con una banda de asesinos y lo habrá agradecido. Todo lo contrario que María Jesús San Segundo, sustituida o, mejor dicho, humillada al día siguiente de ser aprobada la ley más importante de su Departamento. Eso sí, Zapatero cumple por fin su compromiso con Mercedes Cabrera, su fichaje estrella para la lista de Madrid en 2004, y a la que todo el mundo adjudicaba desde el principio la cartera de Educación.

Esta crisis puede ser el augurio de nuevos cambios en septiembre con los que afrontar las elecciones municipales y autonómicas de 2007. De momento, quien ha respirado aliviado es el ministro de Justicia, Juan Fernando López Aguilar, que ya no sabe cómo acallar los rumores que le sitúan como candidato de los socialistas en Canarias, por no hablar de la ministra de Vivienda, María Antonia Trujillo, siempre fija en las apuestas de cesantes.

Zapatero no tiene cuaderno azul ni ocupa su ocio con el pasatiempo de ver cómo se equivocan los periodistas en sus quinielas gubernamentales. Si lo que dice Bono es cierto, conocía desde hace seis meses su intención de dejar la política y tenía desde hace tres su carta de dimisión sobre la mesa. Ha elegido el momento que menos daño podía causarle. Tonto, lo que se dice tonto, no parece.