Mr. House for President
Gregory House es alguien que podríamos definir como un perfecto cabronazo, o, por emplear la denominación más formal que usa habitualmente Pilar Bardem, un hijo de puta. El rasgo principal de su carácter es su falta de paciencia con los enfermos, a los que trata con muy malas maneras, a pesar de ejercer en un hospital de pago, lo que demuestra que la privatización de la Seguridad Social, que tanto teme la izquierda, no supondría realmente ningún retroceso en la calidad de la atención al paciente.
Muchos españoles hemos sustituido la tradicional enciclopedia de la salud, que, junto con la colección de premios Planeta, es un elemento imprescindible en cualquier vivienda decente, por las enseñanzas que a diario nos proporcionan el doctor House y su equipo. Gracias a ellas hemos aprendido que la práctica de la medicina es en realidad algo muy sencillo. Ante cualquier síntoma que no encaje con el resfriado común, hay que investigar si se trata de "lupus", y en todo caso administrar "antibióticos de amplio espectro" y programar una "punción lumbar". Estos tres elementos, según se desprende de la serie, son la base de la medicina avanzada: sin ellos, ningún proceso de diagnóstico puede ofrecer las mínimas garantías.
La ética de House
House es un Gary Cooper posmoderno que practica lo que yo llamo "la sana virtud del egoísmo". El mundo funcionaría mucho mejor si todos fuéramos un poco más egoístas y dejáramos de torturarnos por que el vecino no contribuye lo suficiente a salvar la humanidad. Esta intensa preocupación por la humanidad, que a menudo va acompañada por un meticuloso desprecio por el individuo, es una de las enfermedades sociales posmodernas y la principal causa de que las relaciones entre individuos sean tan conflictivas.
House comparte este punto de vista, y desde ahí analiza las reacciones de sus compañeros, que a menudo andan escandalizados por lo que suponen una grave tara afectiva, cuando la realidad es que comparten su vida profesional con una persona virtuosa.
Hay un episodio en el que un médico dedicado a luchar contra la tuberculosis en África cae en las manos de House. Por supuesto, lo cura (para eso es el prota), pero no sin antes escandalizar a la plantilla con su teoría de que el tipo no es más que un vividor con afán de protagonismo. "¿Está mal que se preocupe de la pobre gente de África?", le pregunta la sensible Cameron. "Por supuesto que está mal", responde House; porque la naturaleza ha modelado nuestro instinto para que nos preocupemos del bienestar de las personas cercanas, no de los miembros de tribus remotas que a lo peor, encima, son nuestros enemigos.
Una afirmación atractiva, aunque sólo sea por lo que supone de escándalo para el pensamiento buenista tan típico del mundo actual.
Cuando veo a House en la tele, a veces me viene a la memoria una frase de Gary Cooper en la extraordinaria película El Manantial: "Yo ni doy ni pido ayuda"; y a continuación me emociono. Porque lo de sacrificar a los más capaces en el altar de la colectividad no ayuda al bienestar común: tan sólo sirve para satisfacer la envidia de los holgazanes.
La civilización avanza gracias a los individuos geniales que desprecian las convenciones de su generación y exploran su propio camino en la vida a base de ingenio, respetando únicamente su propia moral. Los grandes acuerdos colectivos, por el contrario, rara vez aportan algo positivo en la carrera del desarrollo humano. Los descubrimientos que han permitido al ser humano el actual grado de bienestar nunca provinieron de estructuras colectivas diseñadas para ordenar la sociedad, sino de individuos geniales que pusieron su ingenio a trabajar únicamente para conseguir aquello que se habían propuesto en la vida.
Hace muchos milenios, un mono abandonó la manada que se columpiaba en las ramas de los árboles y decidió poner el pie en tierra. Seguramente, el resto de sus congéneres le gritarían que volviera al "colectivo" y abandonara esa idea loca. Sin embargo, bajó del árbol y se puso a caminar a dos patas. Como suele decir mi amigo Javier Orrico, si hubiera estado ahí ZP, aún viajaríamos por la selva colgándonos de las lianas.
Y ahora me doy cuenta de que he pasado de comentar una serie de entretenimiento a pontificar tan ricamente sobre psicología evolutiva. Necesito un "antibiótico de amplio espectro". Creo que he cogido algo de "lupus".
Artículo de Pablo Molina para LD
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