Horacio Vázquez-Rial da un buen repaso a la dirección y baronías del Partido Popular
Lo hace en dos artículos publicados en las últimas semanas en Libertad Digital. Espero que lleguen a Rajoy y que le hagan pensar. El primero La saga/fuga de JP es un monográfico dedicado a Piqué, pero como agua pasada no mueve molino me parecen más relevantes las referencias a Rajoy:
Ahora bien: voy a insistir en lo que dije en mi artículo anterior: el PP tiene problemas de liderazgo. Hace un tiempo, a propósito de Piqué, me escribía mi querida amiga Ana Nuño:
Está claro que ha sido nefasto para el PP en Cataluña. Pero yo no se lo reprocho a él, sino a Génova. Es decir, a Rajoy. Que también está claro que es honesto y decente y todas esas cosas, pero al que le falta audacia y capacidad para ser, por qué no, arbitrario en sus decisiones. Cualidades sine qua non en un líder de partido. Que alguien como Aznar no es que tuviera, sino que las exudaba por todos los poros. De ahí, estoy convencida, su impopularidad: los españoles quieren lo de siempre, es decir un caudillo; pero como cada español se cree la tapa del frasco, lo que no soportan es un caudillo que luzca como tal, como Aznar. Están encantados con un Franco o un Felipe González, es decir con un tipo mediocrillo, como ellos en realidad, del que pueden fiarse porque saben que si cualquiera de ellos ocupara su puesto, se comportaría del mismo modo: ejerciendo un poder omnímodo con aires de asistir a una verbena con los amigotes.
Hace tiempo que Rajoy hubiera debido sacar de aquí a Piqué. Y utilizar su innegable talento de otra manera, más provechosa para el partido en general. En el otro extremo del espectro pepero, ahí está también el caso (sangrante) de Esperanza. ¡Qué no hubiera hecho con ella cualquier partido, de izquierdas o derechas, da igual, en Inglaterra y hasta en la mismísima Francia! Y resulta que ni a maitines se la convida.
Y a Acebes y Zaplana:
Acebes y Zaplana fueron la bicha de Piqué durante mucho tiempo, y es una de las pocas cosas que la gente le tomó a bien al catalán.
Sea o no cierto aquello de que el hombre entró en política para forrarse, es lo que de Zaplana recuerda todo el mundo. Y lo que todo el mundo recuerda de Acebes es que una radical ingenuidad le llevó a dar por buena una información cuando menos manipulada durante la jornada del 11 de marzo de 2004. Ni siquiera se acepta en general lo que Ferraz intentó imponer durante casi cuatro años: Acebes no mintió, hizo algo que, en política, es peor: se dejó engañar. No son caras que ganen votos, dicho con todo respeto, y tengo para mí que una de las cosas positivas de la campaña de las últimas municipales es que no aparecieran mucho.
Acebes es el número dos de Rajoy; Zaplana, el portavoz parlamentario del PP. No tienta una lista en que un ministro que fracasó en su última y más importante gestión sea el más probable candidato a la vicepresidencia primera del Gobierno. Y no tienta en absoluto la posibilidad de que Zaplana sea el portavoz del Gobierno. No estoy hablando de mí, de mis propias impresiones: yo, de todos modos, voy a votar al PP. Me refiero a lo que constantemente escucho de potenciales e indecisos votantes del partido, los que dicen: "Yo, por Rajoy, sí, pero Acebes y Zaplana...". Y lo cuento en público, con la esperanza de ser oído, si no escuchado, en la calle Génova, porque si se necesitaron cinco años para comprender que Piqué era un lastre electoral y actuar en consecuencia, no quiero ni pensar en lo que sucederá si esta dirección, sin retoques, se perpetúa por un lustro.
El segundo El mal de la incoherencia reprocha a Rajoy errores de bulto, como sus incoherencias autonómicas:
Tal vez yo venga a decir una obviedad políticamente inaceptable si afirmo que, desde el momento en que se comprometió a combatir el Estatuto de Cataluña, el PP no tendría que haber contribuido a aprobar ningún otro, y mucho menos el de Andalucía, con su rebuscada "realidad nacional". En Andalucía, el PP colaboró como el que más a la deconstrucción del Estado que la Pantera Rosa había iniciado al llevar al Congreso el Plan Ibarreche y al prometer a Pasqual Maragall, como Azaña a sus antecesores en la Generalidad, aprobar en el Parlamento español el Estatuto que surgiera del Parlament catalán. Queremos estatutos o no los queremos, o queremos algunos porque son distintos de los otros.
Puede Rajoy explicar la cuestión como quiera, pero le han pillado con las manos en la masa de la incoherencia. Y ello se debe a que la imagen de unidad política que suele dar el PP es falsa: la acumulación de compromisos circunstanciales establecidos a lo largo de los años ha llevado a una fragmentación de la estructura partidaria tan profunda como la del PSOE: no responde más Montilla a la línea general del PSOE que Piqué a la del PP, pero ambos están ahí por decisión de sus respectivos partidos, y no parece que ninguno de los dos vaya a cambiar. Desde luego, ninguno de los dos es reclamado por la masa, que el día de las elecciones se queda en casa.
Habla también del fracasado Matas y de esa infamia antológica que supone tener a Esperanza Aguirre fuera de la directiva nacional:
Jaume Matas ha perdido las elecciones en Baleares (y su carrera política), en parte por la consecuencia local del "todos contra el PP" y en parte por sus propios errores, como la inclusión en sus listas de la célebre "planta trepadora" María de la Pau Janer, que no esperó ni un día para lanzar todas las diatribas imaginables contra Rajoy: no se ha hecho público ningún debate interno a propósito de esa desafortunada candidatura, lo que hace que sea una prueba de descontrol aún más fiable.
Esperanza Aguirre ha demostrado, al igual que Aznar en 2000, cómo funciona el liderazgo auténtico. (Algo muy distinto de aquello a lo que se refiere la prensa cuando menciona al "líder" de tal o cual partido. Llamazares, por poner un ejemplo, "líder" de IU. Pues no, mire usted. Líder era Julio Anguita, y antes que él Santiago Carrillo, y cerca de él, pero lo bastante lejos como para no hacerle sombra, lo es Rosa Aguilar; pero no Llamazares).
Pues sí, sobran Arriolas, consejeros áulicos y baroncitos criptoprogres (aunque haya caído ya el más extravagante y el más destacado ha puesto las barbas a remojar, sobre todo desde que se infomó que volvía Rato) y hace falta sentido común, y sobre todo ese “impulso demagógico” que decía Max Weber, sin el cual no es posible ganar unas elecciones en las “democracias de mercado pletórico”. Y ahí es donde el registrador de la propiedad nos falla estrepitosamente, aunque ha aprendido mucho desde aquella infame campaña del 2004, cuando daba la sensación de que consideraba el gobierno de España como una herencia que solo había que ejecutar e inscribir en el registro. Y después irse a almorzar, dormir la sienta y partida de dominó en el casino.